Visitar Campo de Criptana, en pleno corazón de La Mancha, es como abrir una página del Quijote y meterse dentro de la historia. Desde el momento en que se divisan los molinos de viento coronando la Sierra de los Molinos, uno siente que está a punto de ver aparecer al mismísimo hidalgo Don Quijote, lanza en mano, listo para enfrentarse a los “gigantes”.
Los molinos son, sin duda, el emblema del
pueblo. En 1752 en el estudio del Marqués de
la Ensenada se censaron treinta y cuatro en esta localidad y algunos estuvieron
funcionando hasta los años 50 del siglo XX.
En la actualidad, se conservan diez, y tres
de ellos —Sardinero, Burleta e Infante— datan del siglo XVI. Sí, los mismos que
pudieron inspirar a Cervantes.
Cada molino de viento tiene su propia historia y su propio nombre, casi como si fueran personajes con alma: Burleta, sigue conservando su maquinaria original y, al entrar, el crujir de la madera te transporta a otra época. Es muy curiosa la historia del nombre de este molino, también llamado “burlapobres”. Estas denominaciones hacen referencia a la sospecha de que algún molinero cometiera prácticas fraudulentas, es decir, que se apropiara parte del grano que debería entregar al propietario que allí había llevado a moler su cereal. Esta mala fama no era exclusiva de este molino, y se justifica en la precariedad en la que solían vivir los molineros. De aquí viene el dicho “De molinero cambiarás y de ladrón no escaparás”.
Infante, que en su
día molía trigo, hoy acoge una exposición sobre la molienda. Toma su
nombre de la primera familia propietaria, Los Infantas, en esos tiempos, una de
las familias más ricas de Campo de Criptana, que lo arrendaba.
Sardinero, el más
veterano, mantiene ese aire robusto que le hace digno rival de cualquier
caballero andante. Este molino es el único que conserva su edificio histórico
completo. Es uno de los molinos históricos declarados Monumento de Interés
Histórico en 1978, y al igual que el Infante y el Burleta, conserva la
maquinaria y estructura originales. Este molino se encuentra, a diferencia del
resto, en el Casco Urbano, concretamente en el Cerro de La Paz, espacio contiguo a la Sierra de los Molinos, en lo que hoy es una plazuela y que en la
época de construcción del molino se encontraba libre de viviendas.
Los otros siete fueron construidos a partir
de 1900: el Culebro rinde homenaje a
la figura de Sara Montiel (la primera
artista española en Hollywood), permitiéndonos alcanzar a comprender la
importancia de esta artista natural de Campo de Criptana. Siempre quiso que su museo
estuviera en un molino, y lo inauguró ella misma en 1991.
El Lagarto, edificado sobre las ruinas del desaparecido molino Aburraco, hoy ha sido convertido en museo de la poesía.
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| Tres más conservan sus restos arqueológicos, como los llamados: Castaño, Paletas y Burillo, alguno de los cuales vemos al fondo. |
El Quimera
recrea uno de los eventos anuales más importantes para vecinos y vecinas de
Campo de Criptana, la Semana Santa.
El Garcilaso
tiene contenido relacionado con el vino de Campo de Criptana y la DO del Vino
de la Mancha.: “Gigante del Vino de la Mancha”.
El Cariari
dedicado a Enrique
Alarcón Sánchez-Manjavacas, natural de Campo de Criptana, con una
trayectoria profesional en el mundo del cine de 44 años, en los que trabajó
como escenógrafo en más de 260 películas con los grandes directores de cine
español de su época. En 1990 recibió el Goya de Honor a toda su carrera.
El Poyatos, hoy convertido en Punto de
Información Turística, y en el que nos ofrecerán los detalles que harán de la
visita a Campo de Criptana, y a su entorno, una experiencia redonda.
Y el Pilón,
situado cerca de donde antaño estuvo el ya desaparecido Molino La Usada.
Un paseo entre ellos es una mezcla perfecta entre historia, cultura y vistas impresionantes. No cuesta imaginar a Don Quijote lanzándose a la aventura convencido de que eran gigantes, mientras Sancho suspiraba resignado a su lado.
Pero Campo de Criptana no es solo molinos. El
pueblo se extiende a los pies del cerro con un encanto que parece sacado de una
postal mediterránea. Las casas encaladas de blanco con zócalos añil, tejas
rojizas árabes y rejas de forja, le dan al lugar una luminosidad y frescura
únicas. Cada rincón invita a sacar la cámara: puertas de madera, macetas con
geranios, callejones que serpentean cuesta arriba y ese contraste de luz que
hace que todo parezca más alegre.
Ese toque azul no es casualidad: antiguamente
se pintaba así para ahuyentar insectos y proteger las fachadas del calor. Hoy,
además, aporta una estética irresistible que hace del pueblo uno de los más
fotogénicos de La Mancha.
Y si subir al cerro es un viaje al pasado,
bajar al subsuelo es una auténtica sorpresa. En Campo de Criptana abundan las casas
cueva, viviendas excavadas en la roca para mantener una temperatura
constante todo el año. En el Barrio
del Albaicín criptanense se pueden visitar algunas de ellas, con sus
techos abovedados y paredes encaladas, donde se respira historia y frescor.
Un
recordatorio de la ingeniosidad y el carácter manchego, acostumbrado a convivir
con el viento, el sol y la tierra.
Una de las más interesantes es la Cueva Silo del siglo XVI, una verdadera joya subterránea que muestra cómo se almacenaba el grano y se vivía en otros tiempos.
La Casa-cueva “Pastora Marcela”.
O la Cueva de Mambrino, con su ambiente misterioso y su conexión con la literatura cervantina (sí, el famoso Yelmo de Mambrino tiene algo que decir aquí).
En lo alto del Cerro de la Paz, enclave privilegiado del Albaicín, además del
molino Sardinero, antes mencionado, se encuentra la Ermita de la Virgen de la Paz, pequeña, blanca y serena, como un
refugio entre el cielo y la tierra.
Desde su mirador, las vistas panorámicas del entorno son espectaculares: el caserío
blanco del pueblo se extiende entre los campos
dorados, y en los días despejados se pueden distinguir los perfiles de
los pueblos vecinos, coronados
por los tradicionales molinos de viento
que evocan la esencia manchega.
Desde los molinos que inspiraron a Cervantes
hasta las casas encaladas que reflejan el sol, el pueblo tiene una magia
tranquila, auténtica, de esas que se quedan grabadas en la memoria.
Nos fuimos con la sensación de haber vivido un trocito del Quijote, de esos que te dejan sonriendo todo el camino de vuelta.
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